Peshawar, Pakistán
Ese día tenia programado volar a Chitral en el norte de Pakistán, queria fotografiar los refugiados que huían de los bombardeos americanos en Afganistán a través de las heladas montañas del Hindu-Kush, pero no fué posible, el piloto llamó y le comunicaron que el tiempo no era bueno y no se podía volar, lo cual me alegró enormemente dado mi natural rechazo a montarme en «cacharros voladores» y, más en paises del tercer mundo, solo lo hago si no hay ningún otro medio, muchas veces he estado días viajando en autobuses para cubrir una distancia que hubiese llevado menos de una hora de avión, pero insisto, si encuentro otra solución nunca subo a ninguno de ellos.
Al salir del aeropuerto para volver al hotel volví a encontrarme con un pakistaní que habia conocido tan solo unas horas antes, le pregunté que iva a hacer y me dijo que iva a su casa con su familia a sacrificar una vaca, esos días se celebraba en Pakistán y el resto de países musulmanes, las fiestas de EID que creo, rememoran el intento de sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham y que se traduce en una inmensa degollina de animales, así que le pregunté si podía acompañarle y me respondió que sí.
Después de atravesar callejuelas por el extraradio de Peshawar, sumamente mosqueado, llegamos al lugar, era una especie de garaje con una claraboya en el techo, al llegar, por supuesto, y nada mas verme, las mujeres huyeron despavoridas bajo sus burkas y velos, mientras, los muchachos estaban despedazando literalmente una vaca previamente sacrificada, es decir, no la cortaban artesanalmente en sabrosos solomillos, costillares o filetes, no, no, lo hacian a hachazos y el trozo mas grande cortado no alcanzaba el tamaño de una croqueta, costumbres supongo, había otro pobre animal atado a un muro esperando su turno mirando con terror el triste destino de su compañero/a.
Al pronto reparé en que uno de los hombres se estaba liando un canuto junto a su hijo pequeño, al principio me extrañé, luego me explicaron que alli era normal y permitido, curiosamente los que no fumaban eran los jóvenes, solo para hombres, después de liar , bueno mejor dicho vaciar un cigarro de Marlboro y rellenarlo con el hachís alucinógeno, el caballero me lo pasó para que lo encendiera y le diera unas caladas, yo no soy de natural fumador de porrros, ya padecí de esos dolores ha.. mucho tiempo atrás, pero como por esa época decía que sí a casi todo, lo agarré y lo encendi, ¡ juro que le di solo un par de caladas superficiales y se lo devolví a su dueño!
Aguardaba el momento del sacrificio junto a unos compañeros cuando uno de ellos me dijo, Paco ,preparate, ¡se la van a cargar ya!, entonces me giré y todo me parecio extraño, no se porqué todo tenia un tono amarillento y yo, parecisese que flotase como humo sobre la escena, les vi forzar al bovino atado de pies y manos hasta tumbarlo y reagrupandose detrás de el, yo ni siquiera recordaba que tenia la cámara en la mano mientras miraba la escena bobaliconamente, pero reaccioné y sin saber a que ni porque enpecé a disparar, nunca mejor dicho, sin tón ni són. La claraboya arrojaba una luz cenital sobre el momento, que a mi mente colapsada por el Hachís, le hacía pensar que todo se desarrollaba dentro de uno de los cuadros de El Greco.
El que tenia el cuchillo portaba una barba talibana que daba miedo, (se rumoreaba que Bin Laden y Compañia no andaban lejos de allí esos días), bien, a un gesto del amo del cuchillo, todos empezaron a rezar con las palmas de las manos dirigidas al techo al grito de ¡Allah Akbar!, ¡acojonante!, el animal en el suelo forzaba su mirada desconfiada para ver que ocurria a sus espaldas, cuando el de la barba, asestó el primer tajo al pescuezo del animal, yo estaba agachado escasamente a un metro y la sangre me salpicaba, pero no estaba en condiciones de apartarme, de hecho en ese momento ni me enteraba, mi cabeza giraba como una turmi, el principal le paso el cuchillo al que estaba a su lado que acabo de seccionar la garganta del animal en cuestion de segundos y, a mi modo de ver, con gran satisfacción y fruición.
Yo a esas alturas sufría plenamente los efectos alucinógenos del canuto y toda la escena en su conjunto me resultaba un sueño sicodélico, una pesadilla Daliniana tal vez, me veia como el capitán Willard en Apocalipsy now cuando al final se carga al loco coronel Kurt en unas escenas delirantes adobadas con la música de los Doors, además, no podia apartar de mi cabeza al desdichado Daniel Perl al que justo ese día o el anterior, no recuerdo bien, habian asesinado en Pakistán del mismo modo que al infeliz animal y ambas escenas se mezclaban en mi alucinado cerebro, todo muy fuerte la verdad, el caso es que mis amigos se olieron el percal cuando vieron mi vidriosa y perdida mirada bobalicona, así que, optaron por cogerme y marcharnos, pero el cebollazo continuaba, mientras regresabamos, veía desde la ventanilla del coche cabezas cortadas de carneros y tierra ensangrentada a las puertas de la casa, palanganas con churretes de sangre seca y vísceras rebosantes, tios con cuchillos, sonrisas, risas, carcajadas, que se yo, todo giraba, todo giraba, cada tío que veía me parecia un degollador en potencia y, la maldita patina , esa maldita patina amarillenta, que todo lo envolvía y que no me abandonaba.
Al llegar al hotel me fuí directo a la cama a dormir la mona hasta el día siguiente, al levantarme aún veía doble, he fumado porros en algunas ocasiones pero no recuerdo semejante pelotazo en toda mi vida, al palparme el bolsillo note un bulto, lo saqué y descubrí con horror que era una piedra de hachís del tamaño de una pelota de Ping Pong, ¡Dios mío!, seguro que me la dieron y yo, con la tontera, la acepté, pero no recordaba nada, asi que se la regalé a un compatriota muy curioso y peculiar ( ¡ literalmente se dormía acodado en la mesa mientras vertía la leche en la taza y sujetaba un cigarro con la otra !) de Barcelona que conocí durante esos dias en Peshawar comprando alfombras en una tienda, al mirarle, mientras le daba la «china» tanto su cara de satisfacción, su pelo, sus gafas, la cortina del fondo, la mesa del al lado, el camarero que pasaba, la cerveza cubierta con un burka que llevaba en la bandeja, todo, absolutamente todo… era de color amarillo.
Paco Feria